por Sandra Páramo
En abril pasado, una lluvia torrencial acompañada de granizo derrumbó el techo del Templo Mayor. Los medios de comunicación se centraron en tal tragedia, sin embargo, para las y los vecinos de la colonia Moderna en la alcaldía Benito Juárez hubo una pérdida mayor: el techo de su mercado también había colapsado.
Han pasado cinco meses de tal suceso, las y los locatarios fueron reubicados afuera del mercado en puestos improvisados de lámina. Sus clientes han tenido que adaptarse a esa nueva forma de vivir su mercado. Las preguntas gravitan en el ambiente: ¿cada cuánto se da mantenimiento al mercado?, ¿y si el colapso hubiera sido en horas hábiles, en plena venta? ¿quiénes son responsables?
Los mercados públicos en la Ciudad de México son centros de convivencia donde confluyen diversas manifestaciones culturales intangibles. En las 16 alcaldías, se encuentran distribuidos 329 mercados, divididos en tradicionales y especializados. Los primeros tienen una amplia oferta de productos perecederos e imperecederos. Los segundos venden productos específicos como ropa, zapatos, flores, entre otros.
Cotidianamente, los mercados medianos y grandes reciben cerca de un millón y medio de clientes a la semana. Sus ventas ascienden a los 200 millones de pesos en ese mismo periodo[1]. Sin embargo, tales ventas representan solo el 25% de lo que vende su principal competencia: Walmart. Además, por cada mercado público en la ciudad hay 11 supermercados y mini-supermercados, lo cual representa un impacto muy serio en todo el comercio urbano. Estas tiendas privadas no solo son las competidoras de los mercados, sino que se hacen una feroz competencia las unas en contra de las otras, sin que esto implique algún beneficio en su clientela.
Está bien documentado que las enormes ganancias producidas por estos centros de abastecimientos privado solo benefician a unos cuantos, en contraste, los mercados públicos fortalecen la economía local, pues el 28% de los locatarios compran sus productos en la Central de Abasto, la cual a su vez se abastece de productores nacionales.
En 2016, el gobierno de la Ciudad de México declaró patrimonio cultural intangible a las manifestaciones tradicionales producidas y reproducidas en los mercados públicos como son las formas de expresión popular, el típico “¿Qué va a llevar güerita?” De igual forma, la provisión de utensilios, procesamientos, ingredientes y materias primas alimentarias originarias indispensables para la conservación y desarrollo de la cocina y la gastronomía mexicana. Además, los saberes que comparten los locatarios a sus clientes sobre las calidades de la mercancía; en saber negociar o regatear los precios de las cosas, en escuchar las instrucciones y consejos para saber utilizar, preparar, reparar, cocinar, consumir, gozar o sencillamente degustar lo que se compra con un locatario de mercado.
A partir de 2019, el gobierno local y las 16 alcaldías han promovido la remodelación de los mercados públicos, destinando más de 200 millones de pesos anualmente. Dada la importancia de estos centros de comercio y cultura, la atenta vigilancia de las y los ciudadanos para que dicho presupuesto público se aplique de manera adecuada es urgente.
El programa “Ciudadanía Activa” de Arkemetría Social brinda las herramientas necesarias para que locatarias, locatarios, productores y demás personas interesadas puedan vigilar estas y otras acciones de gobierno. Si quieres saber más, no te pierdas nuestro siguiente artículo.
[1] Ángela Giglia. Comercio, consumo y cultura en los mercados públicos de la Ciudad de México. UAM-Iztapalapa, 2018, p. 59.